Misterio. Ingenio. Belleza. Teatralidad. Trascendencia. Beben en las copas de Beethoven, Liszt, Mozart, Mahler, duendes que esparcen magia en su sensibilidad. La ventana se abre con los acordes del piano. La orquesta se cobija en su abrazo y lo hizo parte del todo. La imaginación creativa le brota en la mirada de sus pensamientos. “Cuando era adolescente buscaba constantemente formas de expresión artística. Pintaba óleos, montaba escenas teatrales con mis hermanos y escribí una centena de poemas. Pero la música resultaba la manera más perfecta de comunicación artística a causa de su naturaleza abstracta. Me permitía llegar a donde las palabras y las imágenes no llegaban”, cuenta Eduardo Alonso Crespo (1956), director y compositor tucumano, que despliega desde hace años una intensa actividad musical en nuestro país y el extranjero.
-¿Cómo conciliaste la música con la ingeniería civil?
- La ingeniería civil no se contradecía demasiado con la música. Las ciencias y la música comparten la necesidad de manipular estructuras abstractas. La ingeniería me enseñó a pensar disciplinadamente, a resolver problemas descomponiéndolos en sus partes y a buscar soluciones, algo imprescindible en la labor creativa. Luego de egresar trabajé cuatro años como ingeniero civil en Vialidad Provincial, años que recuerdo con entrañable cariño.
- ¿Tu paso por la Universidad de Carnegie Mellon fue importante en tu camino? ¿Descubriste un nuevo mundo?
- Mi paso por la Universidad de Carnegie Mellon fue fundamental en mi carrera. Llegué allí como becario Fulbright y terminé quedándome 20 años como docente y director de orquesta. Me puso en contacto con la vida musical profesional de los EEUU y de Europa, y tejió la red profesional de la que se nutrió el resto de mi carrera.
- ¿Por qué elegiste la dirección de orquesta para expresarte?
- La orquesta sinfónica es una de las más fascinantes creaciones del espíritu humano, un complejísimo mecanismo al que se llegó luego de un desarrollo de casi 500 años. Pero además no es una máquina sino que está formada por casi un centenar de artistas con sus personalidades y necesidades expresivas. Y yo quería ser parte de aquello, poder usar ese sofisticado instrumento para comunicarme, para completar la transferencia de mi mensaje hacia el público. El compositor solo hace parte del camino; es el intérprete el que completa el mensaje. Y en el caso de la música sinfónica, es la orquesta y su director.
- ¿Cómo se gestó tu interés por la composición? Curiosamente, en una primera etapa, compusiste algunas óperas, algo que no suele ser muy habitual.
- Visto en retrospectiva, mi interés por la composición estaba presente desde que comencé a estudiar música. Recuerdo muy bien que desde que tocaba las primeras obras más simples, una “sonata facile” de Mozart, por ejemplo, lo que más me interesaba era investigar cómo estaba hecha, por qué funcionaba tan bien, qué la hacía bella, en definitiva. De hecho, esa ha sido mi “ballena blanca” toda la vida: descubrir los secretos de la belleza musical. Al comienzo de mi carrera la necesidad de usar todos los recursos artísticos posibles para comunicarme me llevó naturalmente a la ópera. Es indicativo que yo haya sido el autor de mis propios libretos. Además el mundo de la ópera multiplica en varias veces ese magnífico mecanismo de la orquesta.
- ¿Qué compositores te influyeron? ¿Cómo fue evolucionando tu lenguaje musical? ¿Fue difícil escapar a las corrientes vanguardistas o a la atonalidad?
- Los compositores me fueron afectando e influyendo de manera distinta a lo largo de la vida. Primero fue Beethoven, en especial sus sonatas para piano, una infinita fuente de intriga y aprendizaje. Les siguieron en la adolescencia obras como la Sonata en Si menor, de Liszt, tan cargada de ingenio y creatividad. En la juventud irrumpió Mahler con un lenguaje sinfónico riquísimo y una actitud simultáneamente teatral y trascendente. Y la lista siguió creciendo y cambiando: las sinfonías de Shostakovich y Sibelius, las obras de Bernstein, Copland y John Adams, el Daphne y Chloé, de Ravel. Al día de hoy los “influenciadores” ya son familia numerosa. Respecto de la segunda pregunta, recuerdo que en 1984 la Secretaría de Cultura me encarga la composición de un ballet para coro y orquesta que resultó en “Medea” que se estrenó en el San Martín en 1986. La provincia estaba en una situación económica muy difícil y se ponían a mi disposición importantes recursos cuando faltaban tizas en las escuelas y algodón en los hospitales. Entendí entonces con toda claridad que no había lugar para cabriolas estéticas. Había que hacer música para un público de carne y hueso, con la misma carne y los mismos huesos que yo.
- ¿Cuál es tu impresión sobre la música que se compone en la actualidad? ¿Hay un retorno a lo tonal?
- Es preciso hacer unas aclaraciones previas para ubicarnos en la actualidad. La mal llamada atonalidad surgió hace más de un siglo -100 largos años- ya que el opus 11 de Schoenberg, por ejemplo, es de 1909, de modo que ya es bastante anticuada. Y el también mal llamado ”retorno” a la tonalidad ocurrió hace 40 años -casi medio siglo- , a comienzo de los 80 del siglo pasado. En realidad la tonalidad no retornó porque nunca se fue. Muchísimos compositores siguieron escribiendo música tonal. Simplemente ocurrió que la atonalidad tuvo mejor prensa y estímulo después de la Segunda Guerra Mundial, gracias a la campaña de personajes como Theodor Adorno y otros escritores.
- ¿Qué compromisos musicales te esperan?
- Mis compromisos inmediatos como compositor son la composición en una sinfonía coral, comisionada por la Sinfónica Nacional, cuyo estreno estaba previsto para octubre de este año. También estoy terminando en un Concierto para Piccolo y orquesta, encargo de la Orquesta Filarmónica del Teatro Colón para su piccolista, Horacio Massone, con estreno originalmente previsto para agosto. A su vez estoy trabajando en un Concierto para Corno que estrenará Scott Bohannon, un cornista estadounidense, encargo de la Sinfónica de Entre Ríos. Y en diciembre pasado entregué un Concierto para Trompeta, comisionado por la Orquesta Nacional de Música Argentina, para su solista Ezequiel Méndez. Mis compromisos inmediatos como director serán primero la dirección musical de una reposición de mi ópera “Putzi” en el CCK al frente de la ONMA y luego la Quinta Sinfonía, de Sibelius, al frente de la Sinfónica de Entre Ríos.
- ¿Qué lineamientos sigue esa sinfonía coral?
- Ocurre que a la sazón es mi sexta sinfonía y, cuando surgió el encargo en abril del año pasado, fue inevitable pensar en “la sexta” por antonomasia, es decir la Pastoral, de Beethoven. La pregunta que surgió entonces es, ¿cómo es una “sinfonía pastoral” del siglo XXI? Así uní dos conceptos que me habían impactado, uno de hace muchos años, cuando fui a estudiar a EEUU, y otro del año pasado. Son dos discursos: el que dio el jefe Seattle en 1854 cuando el gobierno estadounidense ofreció comprarle las tierras que le quedaban a su tribu, bajo la amenaza evidente de tomarlas por la fuerza, sin que el jefe indio pudiera entender cómo se compra el aire, las aguas del río y los animales, y el de Greta Thunberg del año pasado en las Naciones Unidas en el que furiosa exige a los líderes mundiales una mayor y urgente responsabilidad. Ambas intervenciones ponen en evidencia la absurda arrogancia humana de actuar como dueños del planeta. Por lo tanto la idea central es el imperioso equilibrio que reclama nuestro frágil jardín secreto, el planeta Tierra.
- ¿De qué habla tu música? ¿Incorpora elementos nacionales?
- Mi música es nacional de manera natural. No es una acción intencional ni premeditada; es más bien algo inevitable. Es como el acento o los ademanes; forman parte intrínseca del individuo y son producto del lugar. Los alemanes idearon el concepto de “zeitgeist”, el “espíritu del tiempo”. Yo creo que existe además un “landgeist”, un espíritu del lugar, que permea el pensamiento y moldea las emociones del artista aunque este no lo busque intencionalmente. Pero al margen de los acentos, mi mensaje habla fundamentalmente de la belleza, ese resquicio por el que espiamos lo absoluto.
Algunas obras de su producción
- Cinco sinfonías
- Las óperas “Putzi” y “Juana, la loca”
- El Valle de los Menhires y las Variaciones Dowland, ambas para orquesta
- Conciertos para guitarra y el de Arpa
- Tres concierto para piano
- Dos conciertos para violín
- Conciertos para viola, clarinete y contrabajo
- Doble Concierto para oboe y clarinete
- Chacona en tiempo de tango para violín y orquesta
- Pachamama (Madre Tierra) para coro femenino o coro de niños
- “Date a volar”, lied sinfónico para soprano y orquesta